jueves, 6 de agosto de 2009

Mañana de jueves

Escribo esta entrada desde mi mesa de trabajo, sí, tengo una. Vale, es una mesa con un ordenador obsoleto y fotografías sobrantes especialmente válidas estéticamente (aunque no está bien que yo lo diga).
En este trabajo no hace falta que una fotografía sea bonita, vale con que sea nítida, en eso soy una experta, así que supongo que por eso aún sigo aquí, pero me gusta buscar la belleza de esas situaciones y plasmarla en mis fotos. Como resultado tengo mi pequeño cubículo empapelado de los restos. Se pueden ver cosas como un hombre corriendo con el abrigo volándole a sus espaldas con una preciosa iluminación matinal, un beso de dos amantes delante de una floristería llena de rosas (que habría servido para la investigación pero me la quedé yo)...etc. Además de eso, encima de mi mesa se pueden encontrar varios vasos de plástico que alguna vez habrán contenido café y que tendría que echar a la basura (nota: comprar una taza para el trabajo). Además, claro está, tengo mi equipo fotográfico en el que me instalaron programas completísimos en el ordenador para que pueda hacer lo que quiera con las fotos y la impresora que no puede tener más botones ni ser más buena, las fotos salen brillantes, con luz propia, me encanta.


Y por aquí llega el vago de Martín (directamente diré que no se llama así, el único nombre que puede ser real es el de mi pez Max), siempre llega tarde pero nadie le dice nada porque si recibe una llamada de urgencia es rápido como una bala. Lo odio. Bueno, simplemente, me gusta mantenerlo en la distancia. Estudió derecho, se encarga de la parte más... aburrida del trabajo y en caso de encontrarnos con un delito él hace el papeleo, informa a la policía etc. Y cuando no hay trabajo interesante, como ahora, simplemente se dedica a archivar. A parte de él trabaja María como secretaria (tiene ya una edad, creo que pronto se jubilará) y evidentemente el jefe. Se llama Héctor (o no). No habla con nadie, sobre todo cuando está en su despacho, excepto con los clientes, aunque siendo precisos, les deja hablar a ellos. Cuando trabajamos apenas me dice lo que tengo que hacer, no he tenido en mi vida una conversación normal con él, ni tan solo cuando me hizo la entrevista. Estaría todo el día dentro de su despacho, pero cada vez que un cliente llega con sus paranoias, tiene que salir a la calle, la mayoría de veces conmigo pegada. Cogemos un taxi, cruzamos Barcelona y a trabajar, es mi parte favorita, pero creo que hoy simplemente me voy a quedar aquí.



Siempre en tu mente
Coraline

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